Empezar exponiendo una cita,
antes que nada, supone una invitación al silencio en medio del ruido y el
alboroto habitual al inicio de la clase. Más allá del contenido de la cita, o
lo que quiera sugerirnos, pronunciar unas palabras, con sus debidos ritmo y
entonación, se convierte en una llamada a la reflexión y contemplación de uno
mismo; es realmente importante la forma en que se lee y el tono con el que se
hace. Además, en ocasiones estos comienzos ofrecen un ambiente en el que se
irradia cierta sensación de unión, cierta integración grupal de quienes
conformamos el aula. Creo que éste es un buen primer paso para introducirnos en
una sesión académica o pedagógica.
Comenzar con una reunión en grupo
es totalmente diferente a la enunciación de una cita. Generalmente estas conversaciones
grupales suelen ser muy desordenadas, y en algunos casos escandalosas, ya que
carecen de un moderador. Lo que considero realmente importante de las reuniones
en grupo es precisamente que con ellas se rompe el hielo; es una formidable
manera de acercarnos los unos a los otros y debilitar esas barreras que
innecesariamente nos separan.
Por otra parte, estos dos comienzos
ofrecen oportunidades de aprendizaje que las pedagogías convencionales y
predominantes no brindan. Como bien se dijo en la clase de hoy, cuando se
pretende enseñar a través de la autoridad y el miedo inevitablemente surge el
rechazo por parte del alumno. Además, uno de los grandes dilemas que plantea la
educación de hoy concierne al conocimiento, que deja de ser conocimiento y se
convierte en mera información desde el momento en que se trata de inculcar de
un modo forzoso.
Lo que ocurrió esta misma mañana
en nuestra clase no es más que el fruto, o más bien las consecuencias
frustrantes, de nuestro sistema educativo. Los estudiantes ya no quieren
aprender; les aburre el conocimiento. Por su parte, el maestro que trata de
buscar vías pedagógicas alternativas encuentra mil y un impedimentos, y le es
realmente difícil que su propuesta tenga éxito. Por desgracia, esta situación es
absolutamente razonable y de esperar. Existe una auténtica saturación de
información dirigida a los alumnos. En una coyuntura tal, despertar la
motivación de estos estudiantes para aprender es, cuanto menos, costoso.
Es tal la cantidad de información
y el modo tan brusco en el que se nos atiborra de ella, que es imposible
aprender. Nuestras facultades se sobrecargan, y nuestra motivación decae. Ni
siquiera se nos da tiempo para que el conocimiento penetre en nosotros, ni se
nos plantea si realmente existe la voluntad por nuestra parte de adquirir tales
conocimientos. Ya cualquier cosa que se nos ofrezca carece de todo interés.
Pese a la frustración y pesimismo
que esta circunstancia suscita, no tiro la toalla, y deseo que aquellos
maestros que tienen plena conciencia de ello tampoco lo hagan. Como se
comentaba en clase esta misma mañana, lo que debe movernos es la necesidad, y
no nuestro capricho egoísta. Por lo tanto hay que seguir trabajando, aunque los
resultados no sean los esperados.
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