Como primera publicación de
este blog, querría comenzar introduciéndoles en mi pensamiento a través del
prefacio de Aldous Huxley, un famoso escritor británico del siglo XX, en la
obra “La libertad primera y
última” de Jiddu
Krishnamurti.
Más adelante profundizaré mucho más en la filosofía de J. Krishnamurti, a quien
considero mi mentor, pero aún no quiero adelantarles nada sobre él. De momento
les dejo este fragmento, y además el link en el que pueden encontrar el
prefacio completo para quienes les resultara interesante. Espero que les guste
;)
El hombre es un ser anfibio que vive a un tiempo en dos mundos:
el mundo de lo dado y el mundo de lo hecho por él mismo; el mundo de la
materia, la vida y la conciencia, y el mundo de los símbolos. En nuestro pensar
utilizamos un repertorio de sistemas que son símbolos: el lenguaje, las
matemáticas, el arte pictórico, la música, el ritual y lo demás. Sin tal
sistema de símbolos no habría arte, ni ciencia, ni filosofía, ni siquiera
tendríamos los rudimentos de la civilización: en otras palabras, descenderíamos
a la animalidad.
Los símbolos son, pues, imprescindibles. Pero, como lo comprueba
la historia de todos los tiempos, los símbolos también pueden tener
consecuencias fatales. Como ejemplo, tómese de un lado el dominio de la
ciencia, y del otro, el de la política y la religión. El pensar en términos de
cierta clase de símbolos y el actuar en respuesta a los mismos nos ha permitido
comprender, y hasta cierto punto dominar las fuerzas elementales de la
naturaleza. En cambio, el pensar en términos de otra clase de símbolos y el
actuar en respuesta a ellos nos hace utilizar esas fuerzas como instrumentos
para el asesinato en masa y el suicidio colectivo. En el primer caso los
símbolos estuvieron bien escogidos, cuidadosamente analizados y progresivamente
adaptados a los hechos de la existencia física. En el segundo caso los símbolos
originalmente mal escogidos no han sido nunca sometidos a riguroso análisis, ni
tampoco se han ido mortificando para ponerlos en armonía con los hechos de la
vida humana. Más aun, estos símbolos inadecuados inspiran a todo el mundo tanto
respeto como si por arte de magia fueran más reales que las mismas realidades
que representan. Así, en los textos de religión y de política, no se piensa que
las palabras representan defectuosamente hechos y cosas, sino que, por el
contrario, los hechos y las cosas sirven para comprobar la validez de las
palabras.
Hasta hoy, los símbolos sólo han sido utilizados de un modo
realista en materias a las cuales no damos la máxima importancia. En todo lo
concerniente a nuestros móviles más profundos, persistimos en valernos de
símbolos no sólo irracionalmente sino con asomos de idolatría y hasta de
locura. El resultado final de todo esto es que el hombre ha podido cometer, a
sangre fría y por largos períodos de tiempo, actos que las bestias sólo son
capaces de cometer por breves instantes, cuando están en el colmo del frenesí,
del deseo o del terror. Los hombres pueden volverse idealistas porque hacen uso
de los símbolos y les rinden culto; y, por ser idealistas, pueden transformar
la intermitente codicia del animal en los grandiosos imperialismo de un Rhodes
o de un J.P. Morgan; el intermitente afán de pelea del animal lo pueden
transformar en el Stalinismo o en la Inquisición española; y el transitorio apego del
animal a la tierra que lo sustenta, lo pueden transformar en el deliberado
frenesí del nacionalismo. Afortunadamente, el hombre puede también convertir la
intermitente bondad del animal en la caridad de toda la vida de una Elizabeth
Fry o de un Vicente de Paúl; la intermitente dedicación animal a la hembra, al
macho y a la prole, la puede convertir en la razonada y persistente cooperación
humana que hasta la fecha ha demostrado ser tan recia que ha logrado salvar al
mundo de las desastrosas consecuencias del otro tipo de idealismo. ¿Será
posible que este idealismo siga salvando al mundo? No lo sabemos. Lo que sí
sabemos es que con la bomba atómica en manos del idealismo nacionalista ha
disminuido mucho la ventaja de los idealistas de la caridad y cooperación.
Ni siquiera el mejor de los libros sobre el arte de cocina puede
sustituir a la peor de las comidas. El hecho es obvio. Y, sin embargo, en el
transcurso de los siglos, los filósofos más profundos y los teólogos más
hábiles y eruditos han caído constantemente en el error de identificar sus
obras puramente verbales con la realidad de los hechos, o peor aun, han
imaginado que, en alguna forma, los símbolos son más reales que aquello que
representan. Este culto a la palabra no ha dejado de ser combatido. Según San
Pablo: "La letra mata; el espíritu vivifica". "Y ¿Por qué ‑se
pregunta Eckhart-, por qué caer en habladurías sobre Dios? Cualquier cosa que
digáis de Dios es falsa". En el otro extremo de la tierra el autor de uno
de los Mahayana sutras afirmó que "Buda nunca predicó la verdad, pues
comprendía que tenéis que descubrirla dentro de vosotros mismos". La gente
respetable se desentendía de esos dichos por creer que eran profundamente
subversivos. Y así, al correr del tiempo, perduró la idolatría que exagera el
valor de los emblemas y las palabras. Las religiones se hundieron en la
decadencia, pero la vieja costumbre de promulgar credos y de imponer la
creencia en dogmas persistió aun entre los mismos ateos.
Durante los últimos años, los expertos en lógica y semántica han
hecho un minucioso análisis de los símbolos que el hombre usa para pensar. La
lingüística se ha convertido en una ciencia y hasta existe una materia de
estudio denominada por Benjamín Whorf meta-lingüística. Todo esto es muy
encomiable, pero no basta. La lógica y la semántica, la lingüística y la
meta-lingüística son disciplinas puramente intelectuales que analizan las
diversas formas, correctas e incorrectas, significativas e insignificantes, en
que las palabras pueden relacionarse con las cosas, los procesos y los
acontecimientos. Pero estas disciplinas no ofrecen orientación alguna respecto
del magno problema, más fundamental que cualquier otro, de la relación del
hombre, en su totalidad psicofísica, con los dos mundos en que vive: el mundo
de los hechos y el mundo de los símbolos.
En todas partes y en toda época de la historia este problema ha
sido resuelto individualmente por algunos hombres y mujeres. Aunque hablaran y
escribieran sobre ello, estos individuos crearon ningún sistema porque sabían
que todo sistema o doctrina envuelve la tentación de exagerar el valor de los
símbolos, de dar más importancia a las palabras que a las realidades que ellas
representan. Su propósito nunca fue el de ofrecer explicaciones preconcebidas
ni panaceas, sino invitar a la gente a hacer el diagnóstico y el tratamiento de
sus propios males, lograr que vayan al lugar donde el problema del hombre y su
solución se presentan directamente a la experiencia.
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